"Os invito a pedir a Dios que os ayude a descubrir vuestra vocación en la sociedad
y en la Iglesia y a perseverar en ella con alegría y fidelidad.
Vale la pena acoger en nuestro interior la llamada de Cristo
y seguir con valentía y generosidad el camino que él nos proponga".
Benedicto XVI
El Evangelio de hoy nos narra la escena de la discusión de Cristo con los saduceos, que eran materialistas y no creían en la resurrección de los muertos. En otros sitios del Evangelio se nos habla también de la resurrección de los muertos. Así pues San Mateo nos escenifica la escena del juicio final, después de la resurrección de los muertos, donde los de la izquierda son lanzados al infierno y los de la derecha recibidos en la gloria eterna.
También San Juan, hablando de la Eucaristía, nos trasmite la promesa de Jesucristo a los que comulgan: «Yo los resucitaré en el último día».
Por eso la resurrección final es dogma de fe. Además está definido en el Concilio Lateranense IV. En opinión de los teólogos, resucitaremos en la plenitud de la vida, con cuerpo glorioso. En la resurrección tendremos identidad de persona, seremos nosotros mismos, pero no identidad de materia.
Nunca podrás, dolor, acorralarme.
Podrás alzar mis ojos hacia el llanto,
secar mi lengua, amordazar mi canto,
sajar mi corazón y desguazarme.
Podrás entre tus rejas encerrarme,
destruir los castillos que levanto,
ungir todas mis horas con tu espanto.
Pero nunca podrás acobardarme.
Puedo amar en el potro de tortura.
Puedo reír cosido por tus lanzas.
Puedo ver en la oscura noche oscura.
Llego, dolor, a donde tú no alcanzas.
Yo decido mi sangre y su espesura.
Yo soy el dueño de mis esperanzas.
. (José Luis Martín Descalzo)
Noviembre 6
Una vez más me pongo en tus manos de Padre poderoso, con toda mi esperanza.
Me quedo seguro en tus brazos, como un niño que no duda de tu amor.
No quiero que los miedos me atormenten, ni que las desconfianzas me alejen de tu amor.
Porque sin ti me vuelvo más débil y me quedo solo ante los desafíos de la vida.
Confío en ti Señor, me entrego a ti, me apoyo en ti, y sé que tu amor no me defraudará, que tu fuerza no me abandonará. Amén.
(Mons. Víctor M. Fernández)
Bendito seas, Dios mío, porque a pesar de ser yo indigno de toda ayuda, tu generosidad e infinita bondad nunca dejan de otorgar el bien aún a los ingratos y a los que se han apartado de ti. Conviértenos a ti, para que seamos agradecidos, humildes y piadosos, pues Tú eres nuestra salud, nuestra fortaleza y nuestra salvación.