María es madre de esperanza

«Ven, Señor Jesús, te necesitamos. Acércate a nosotros. 
Tú eres la luz: despiértanos del sueño de la mediocridad, despiértanos de la oscuridad de la indiferencia.
Ven, Señor Jesús, haz que nuestros corazones, que ahora están distraídos, estén vigilantes:
 haznos sentir el deseo de rezar y la necesidad de amar».
(Papa Francisco)

En estos días previos a la Navidad, detengamos nuestro pensamiento un momento en cuáles son las cosas más lindas que podemos regalar y regalarnos:
  • - La sonrisa: Es la tarjeta de presentación de las personas saludables. Distribúyela gentilmente.
  • - El diálogo: Es el puente que une las dos orillas. Transítalo bastante.
  • - La bondad: Es la flor más atractiva del jardín, de un corazón bien cultivado. Planta estas flores.
  • - La alegría: Es el perfume gratificante, fruto del deber cumplido. El mundo necesita de este perfume.
  • - La fe: Es la brújula cierta para los navíos errantes, inciertos, buscando las playas de la eternidad. Utilízala siempre.
  • - El amor: Es la mejor música en la partitura de la vida. Sin ella, tú serás un eterno desafinado.
  • - La esperanza: Es el buen viento empujando las velas de nuestro barco. Llámalo hacia el interior de tu vida diaria.
  • - La paz interior: Es la mejor almohada para el sueño de la tranquilidad. Vive en paz con los demás, con Dios y tendrás paz contigo.

Diciembre 21
María es madre de esperanza. Está siempre cerca de sus hijos para que no se cansen de ser buenos, para que no dejen de caminar y de avanzar. Jesús en la cruz la dejó como madre de todos (Jn 19, 26-27), y ella se tomó muy en serio esa misión.

Tuvo a Jesús muerto en sus brazos maternos, con el corazón traspasado. Pero después de ese gran dolor, se reunía a orar con los apóstoles y no se dejó vencer.

Aparentemente Jesús había fracasado, pero ella sabía que no podía terminar mal, y tuvo la alegría de ver a su hijo resucitado. Por eso sabe que, aunque nos pasen cosas terribles, si tenemos esperanza todo terminará bien.
(Mons. Víctor M. Fernández)


Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.

Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.